Hace 60 años se instalaron en sus viviendas los primeros moradores de El Minuto de Dios, en Bogotá, barrio que fue considerado por el BID como modelo de erradicación de la pobreza.
En 1956, el padre Rafael García Herreros había iniciado, en los cerros del centro-oriente de la capital colombiana, la construcción de casas para dar vivienda digna a familias pobres, en los barrios Pardo Rubio y Altamira. Así relata los hechos el padre Diego Jaramillo:
El padre García Herreros daba cada noche en la televisión el informe relacionado con la marcha de los trabajos. Eso movió a un capitalista antioqueño, don Antonio Restrepo, a ofrecer una hectárea de terreno para que en lote propio se adelantaran las construcciones. Luego, otro “administrador de los bienes de Dios”, que eso deberían ser los ricos, don Estanislao Olarte, obsequió un nuevo lote. Ellos disminuyeron sus capitales pero enriquecieron su alma. Era como si hubieren girado un cheque pagadero en el Banco del Cielo. Así comenzó el Barrio el Minuto de Dios.
Tras don Antuco y don Talao, como familiarmente se les llamaba, llegaron nuevos donantes. Personas que daban cinco mil pesos como base para iniciar nuevas casitas. Algunas señoras de la sociedad bogotana se desprendieron de sus diamantes para que su precio se convirtiera en ladrillos. Así el fulgor de las piedras preciosas se cambió por el brillo de las lágrimas de alegría en los ojos de muchos pobres. Entretanto el padre García Herreros motivaba a las gentes pudientes de la ciudad, diciendo que era preferible, al morir, dejar una casa para un necesitado y no una fortuna que otros dilapidaran luego, y de paso se excusaba ante los sobrinos cuyas herencias se verían disminuidas por la generosidad de unos tíos ricos.
¡Cuántas gentes han ayudado con su dinero, y con su esfuerzo! Desde don Horacio Villegas, quien llegó a dar una donación, y se quedó, hasta la muerte, ayudándole al padre García Herreros como interventor en las construcciones, y su esposa doña Teresita, primera alcaldesa del barrio, y Margarita Holguín de Caro, Julio Méndez, Cecilia Laverde, Cecilia Restrepo de Urrea, Vera de Arias, Consuelo de Ahumada y Elvira Cuervo de Jaramillo, y luego tantos hombres de negocios que han asesorado la obra: Manuel Merizalde, Juvenal Villa, Hernán Jaramillo, Jaime Villa, Fabio Robledo, Augusto Ramírez Ocampo, Antonio Alvarez, Carlos Vargas, Cayetano Betancourt, Ignacio de Brigard, Jaime Castro, Jaime Córdoba Mariño, José Alejandro Bonivento, y muchos más, pero entre todos Rafael Unda Forero, ex ministro de Fomento, primer gerente del Minuto de Dios, hombre clarividente, siempre interesado en todos los aspectos de la obra y siempre comprometido al opinar y al aconsejar.
El trabajo inicial no fue fácil: el terreno bajo, anegado con frecuencia por las aguas del río Juan Amarillo, las comunicaciones difíciles, pues hasta el barrio en ciernes había que llegar por caminitos veredales, atravesando los criaderos de cerdos del restaurante Temel y la finca la María, de Alfonso López Michelsen. Se carecía de energía eléctrica, de teléfono, de acueducto y de alcantarillado. El agua había que extraerla de una laguna cercana, guardada por perros enormes. Pero la constancia se logró imponer. Los empleados de la Tropical Oil Company vendieron los terrenos que tenían en las cercanías, y la urbanización del sector fue tomando forma. Las tres primeras casas del barrio Minuto de Dios fueron costeadas por la colonia judía sefardita, y luego se levantaron muchas y muchas más.
Las primeras casas se convirtieron en poblados sectores: los dos primeros alcanzaron 211 casas, de una planta; luego 828 casas más en la década del 60. En los años 70 se levantaron 236 casas en el Minuto de Dios y más de mil en diversos barrios de la capital, mediante los programas de mejoramiento de vivienda (Promevi) y de vivienda modular prefabricada; a partir del año 1980 se intensificaron los esfuerzos en otras poblaciones del país y se edificaron en Bogotá bloques de apartamentos.
El primer morador del barrio Minuto de Dios fue Rómulo Torres, quien llegó el 27 de junio de 1957. Tras él llegaron miles de personas empeñadas en construir una comunidad cristiana, pues si los primeros moradores deseaban la solución al problema de vivienda, muchos otros venidos luego, pertenecientes a la clase media, buscaron ante todo participar en la experiencia social y comunitaria.
(Jaramillo, Diego: «Rafael García Herreros, una vida y una obra», Bogotá, 2009, tercera edición).