Texto del padre Rafael García Herreros
Los cuarenta días de la Cuaresma resuenan con estas palabras de la Iglesia: He aquí el tiempo aceptable; he aquí el día de la salvación (2 Cor 6, 2). No lo reciban en vano. Hay una insistencia especial de la Iglesia para llamarnos a la conversión, a la interpretación cristiana de la vida, a la caridad no fingida, a la palabra veraz, a la fortaleza. Invitados a una aparente tristeza, que oculta un corazón de alegría; a que vivamos como pobres y, sin embargo, estemos saciando y enriqueciendo a muchos; y, por último, nos aconseja Pablo, Apóstol, en estos días, que seamos ricos, pero como si no tuviéramos nada, por la libertad interior (cf 2 Cor 6, 10).
La Iglesia, que sabe que nada podemos, que somos impotentes ante el bien, nos hace suplicar: conviértenos Tú, oh Dios, que eres nuestro salvador. Oh protector nuestro, mira sobre tus esclavos, oye las súplicas de tus siervos.
La Cuaresma es el tiempo para la caridad no fingida, el tiempo de dar. Tuve hambre y ustedes me dieron de comer (Mt 25, 35). El juicio final se nos hará acerca de la caridad. Nos lo dice el Evangelio: Lo que ustedes hicieron al más pequeño de los míos, a mí me lo hicieron. Vengan, benditos de mi Padre (Mt 25, 40).
En estos días Dios quiere buscar, como dice Ezequiel, lo que se ha perdido de nosotros. Quiere atraer lo que se ha desviado. Quiere pegar lo que se ha partido. Quiere fortalecer lo que está débil (cf Ez 36, 24-36). Cuaresma: cuarenta días que constituyen los ejercicios espirituales de la Iglesia. A ser fieles, suficientes y poderosos para realizar nuestra renovación cristiana.
(Libro «Morir y resucitar con Cristo»)