El lunes pasado nos reunimos en diferentes sitios de Bogotá y del país para celebrar los Banquetes del Millón. Fue algo extraordinario y sublime. Reunidos todos alrededor de una mesa espiritual, para ayudar con humildad y con amor a los damnificados del Tolima y de Caldas, porque todos espiritualmente nos sentimos cubiertos por el mismo lodo que envolvió a esos hermanos nuestros.
Colombia se ha conmovido entrañablemente y se ha unificado en su dolor, demostrando una innegable vocación de grandeza ante el desastre.
Con motivo de la tragedia, está brotando una Colombia bella, una Colombia nueva y fraternal. Una comunidad que desea devolver, con creces, a los damnificados de Armero y Chinchiná todo cuanto tenían, menos sus queridos muertos. Sus padres o sus hijos muertos no los podremos devolver, y los confiamos a Jesucristo que los resucitará algún día.
Pero a los sobrevivientes sí los apoyaremos plenamente, porque su dolor es nuestro dolor; queremos pasar nuestras manos consoladoras por sus rostros y por sus cuerpos heridos y dejar en ellos nuestro beso fraternal. Colombia tiene ahora la ocasión de pensar en nuevos modelos de desarrollo integral. Colombia debe contar con los nombres de Tolima y de Caldas para construir con ellos la ciudad de la esperanza. Una ciudad donde haya justicia y dignidad para todos, posibilidades para todos, trabajo para todos, educación para todos, alimentos para todos, casas para todos, y donde todos se puedan congregar alrededor del mismo altar a bendecir al Padre del cielo.
Colombia no puede desperdiciar la oportunidad de pensar y de realizar un modelo nuevo de urbanismo, adaptado a nuestras circunstancias, que amalgame lo urbano y lo rural, y que sirva de modelo para el continente.
Esto será algo distinto de lo que por todas partes vemos, y que se caracteriza por ser una mezcla de ideales e injusticias, de triunfos y de frustraciones, de intuiciones que responden a nuestras necesidades y de plagio de lo que en otros lugares han hecho.
Estos banquetes y la labor que vendrá después son la ocasión de purificar a Colombia de la sangre inútilmente derramada, del pecado y de la injusticia. Estos banquetes que se realizaron en toda Colombia han sido como una oleada purificante de amor.
Supliquemos a Dios, nuestro Padre, que nos permita encontrar fuerzas en nuestra debilidad y entusiasmo en nuestra tristeza para construir, sobre las ruinas, la Colombia bella con que todos soñamos.
* Boletín El Mensajero Número 684, noviembre 30 de 1985.
Tomado del libro: García Herreros, Rafael, «Palabras del Pastor», volumen 3.
Centro Carismático Minuto de Dios, Bogotá, 2011.