Pertenecer a la familia santa

Hay momentos en que se nos aviva más que nunca el gusto, el honor, el orgullo justificado de ser católicos.

En que sentimos, más que nunca, que la Iglesia es el regazo divino donde se acunan los hijos de Dios. En que sentimos la gran alegría de pertenecer a la santa, a la nobilísima familia católica, que produjo centenares, miles de mártires; que colmó después el desierto de centenares de solitarios anacoretas, de almas purísimas que buscaban, en la soledad, la más absoluta intimidad con Dios. De pertenecer a esa inmensa familia de hombres y mujeres que buscaron en los claustros y realizaron su anhelo de santidad y de virtud.

Hay momentos en que nos sentimos familiares con ese sinnúmero de personas que llevaron una vida virtuosísima en las casas de nuestros abuelos, de nuestros antepasados, y nos sentimos orgullosos de sus virtudes.

Ser católico es pertenecer a la familia de lo más santo, de lo más virtuoso, de lo más honorable que ha habido en la humanidad, desde el misterio de Pentecostés hasta ahora, y que habrá hasta el fin de la historia.

Debemos revivir un justificado orgullo de ser católicos, de pertenecer a la Iglesia que tiene sus siete sacramentos como un legado de Jesucristo: el sacramento del bautismo, que nos introduce en la familia divina; el sacramento de la confirmación, que nos fortalece para la gran lucha en el mundo, contra el demonio; el divino sacramento de la penitencia, que perdona nuestras debilidades…

Orgullo de haber sido bautizados, de haber sido confirmados en el Espíritu Santo; de haber recibido la santa comunión, de tener un hogar bendecido por Dios con el sacramento del matrimonio, de haber recibido el perdón de los pecados en la divina fuente purificadora de la confesión, de haber recibido la consagración sacerdotal, sublime y eterna, y de saber que recibiremos el santo viático cuando vayamos a morir.

Ser católico es tener acceso a la divina comunión, que nos une sacramentalmente con Jesucristo. Es recibir el sacramento del matrimonio, el único que santifica y fortalece y perpetúa la unión del hombre con la mujer. Y el sacramento adorable del orden sacerdotal, que nos hace sacerdotes de Cristo para el misterio, y nos lleva también el sacramento de la unción de los enfermos, cuando estamos débiles por la enfermedad.

Ser católico es pertenecer a la Iglesia, que tiene cinco columnas indefectibles: la columna de la fe en Jesucristo; la columna de las santas Escrituras; la adorable columna de la santa eucaristía, que nos alimenta; la virginal columna de la devoción a María; y la sólida e irremplazable columna de la obediencia y del acatamiento al Sumo Pontífice.

Renovemos nuestra gran alegría, nuestra gran felicidad y, por qué no decirlo, nuestro orgullo, nuestro gran honor de ser católicos, apostólicos, romanos.


(García Herreros, Rafael, inédito)

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