En el Evangelio de San Mateo (5, 9) leemos: “Bienaventurados los pacificadores” (literalmente, los constructores de la paz) porque serán llamados hijos de Dios. Los que no se resignan con ninguna guerra, con ninguna disputa, con ningún desorden. Bienaventurados los que no son fatalistas, los que nunca dicen: “No hay nada que hacer, las cosas siempre han sido así y seguirán siempre así. Siempre habrá miserables, siempre habrá miles de niños sin escuela, miles de enfermos sin hospital y sin cuidado, millares de familias sin techo”.
Sin embargo, ahí está la palabra de Cristo: “Bienaventurados los constructores de la paz”, los que no aceptan la injusticia ni el desorden.
Ser pacificador significa todo lo contrario de ser tranquilo e impasible, de ser espectador silencioso. Ser pacificador, construir la paz requiere salir de la propia calma, y cumplir la misión en el mundo. El pacificador está lejos de vivir una estúpida vida, tranquila y aparte.
El constructor de la paz es consciente de su maravillosa misión de hacer un mundo según el proyecto de Dios. Un mundo con justicia, con amor, con alegría, un mundo digno del paso peregrino de los hijos de Dios.
El pacificador, no el pacífico, empeña toda la vida, se compromete. Constructor de la paz no es el que se mece plácidamente en una hamaca, con un libro y un buen cigarrillo. Sino el que conoce y acepta su misión en el mundo, por algo mejor.
Ordinariamente, los pacificadores del evangelio, los creadores de la paz se hallan comprometidos en revoluciones, también pacíficas, y conocen experimentalmente que Cristo no vino a traer la paz, sino la guerra.
Pidamos a Dios que nos haga constructores de la paz. Comprometidos por un mundo mejor. Conscientes de que si hemos nacido, es porque Dios nos confió una misión que cumplir, misión que no consiste en dejar una fortuna a nuestros hijos, sino en algo más: en hacer un mundo sin injusticias y en auténtica paz.
«Artesanos de paz». Rafael García Herreros,
Colección Obras Completas No. 18, Corp. Centro Carismático Minuto de Dios, Bogotá, 2009.