Con ocasión de la solemnidad de san Juan Eudes, que la Iglesia celebra el 19 de agosto», publicamos un artículo del P. Carlos Triana, escrito en 1989, cuando el Padre García Herreros cumplía 80 años de edad. El Fundador de los Eudistas y el Siervo de Dios nos inspiran para incendiarnos de amor a Jesús y comprometernos en el servicio a los hermanos.
Nadie le contó a García Herreros que había inundaciones arriba y terremotos más allá. Vive enterado de todo como quien se preocupa por la vida y la vive atentamente. Un amigo le pidió que le ayudara a salvar la patria atrapada en la montaña. Ambos recorrieron durante mucho tiempo el lado asqueroso y espeso, explorando en los sitios más recónditos, buscando auxiliarla. García Herreros la vio. La encontró herida, tiritando, agonizante. Se soltó el clergiman para respirar profundo y rompió su sotana para cobijarla. Desde ese momento llevó la patria a su casa. De eso ya hace muchos años.
Así es García Herreros. Un cura que abriga a la patria con su negra e impecable capa clerical. La vida se la ha pasado aplacando tormentas. Parece que hubiera heredado la vara mágica de Moisés. Todos sus sueños se realizan con extraordinaria satisfacción. La fantasía que ocupa su mente (a causa de la lectura de los genios, desde Jesús hasta Bolívar) adquiere cuerpo en este octogenésimo hombre.
Las tormentas de los hombres lo lastiman y lo hacen profundamente real. Las ilusiones que lo obsesionan lo convierten en un raro genio. A veces parece salido de este planeta. Y entre unas y otras anda en una paz que nadie le puede quitar. Es la tranquilidad del hombre que lee y ora. Es el sosiego del hombre que trabaja por la humanidad. La otra vez unos ilustres personajes rusos fueron a hacerle una visita y quiso orar antes de atenderlos. Los amigos del Soviet reclamaron disgustados la demora del clérigo. Llevaba una hora embebido en oración. Había olvidado que lo esperaban. Fue difícil convencer a estos señores (quizás ateos) de que el Padre estaba hablando con Dios. Tiene una desaforada pasión hacia todo lo que le habla de Dios y del hombre. Para mí que ora y ama incluso antes de tener uso de razón.
La tarde de un sábado me invitó a pasear en su automóvil. Durante el recorrido, se le ocurrió (porque se le ocurren cosas a cada momento, se mantiene inventando la vida diariamente) se le ocurrió, digo, entrar en una tienda vegetariana de los “Hara Krishna”. Su actitud silente y meditabunda, su profundo respeto hacia ellos, su honda conversación sobre el Misterio los tenía atónitos. Tuve que hacer un gran esfuerzo para convencerlos de que ese señor canoso no venía de la India ni era un maestro oriental. “Es un maestro de amor cristiano”, les repetí disgustado. Siempre que el padre pasa por esa vía, entrar a tomar té allí es una obligación. “Es un té muy nutritivo y además gratis”, alega él.
Hace poco estuvo enfermo. Las enfermeras no sabían cómo tratar a este hombre para quien la enfermedad es un estado para hacer el bien. En la clínica no dejó de leer, ni de escribir, ni de orar. “¿Por qué las enfermeras se ponen nerviosas cuando entran aquí?”, le dije. “Porque creen que les voy a preguntar si han amado a Jesús”, me respondió con una amplia y sonora carcajada, que me dejó ver su alma limpia. Es que García Herreros a todos cuestiona, a todos nos formula sus obsesivas preguntas: “¿Has amado a Jesucristo?”, “¿Te has arrodillado de puro amor a Él?”, “¿Estás haciendo algo por la patria?”.
Allá en su cuarto personal, en donde toda la sabiduría humana se ha concentrado en su estante, no hay más voces que los griegos y latinos, balbuceos de científicos modernos y gritos de teólogos serios. A todos los escucha con reverencia y con espíritu ecuménico. A ellos los transparenta cuando habla o escribe. No sabe vivir sin libros y sin oración. No sabe vivir sin amar y sin servir a los demás. “En ello consiste la sabiduría humana”, dice él.
En plena juventud, comenzó a labrar su propia escultura. Había leído en su Padre Juan Eudes que un sacerdote es “la cabeza, los ojos, la boca y el corazón del mismo Cristo”, y quiso serlo a cabalidad. La escultura de su desaforado amor está plasmada en la original e inigualable obra El Minuto de Dios. El Minuto es una extensión de sus ojos, de sus manos, de su boca, es una prolongación de su corazón, con el que ama apasionadamente a Jesús y a la humanidad. El Minuto es su autoescultura, refleja lo que es él. Parece su estatua, a la que no falta sino colocarle la fiel y típica ruana zipaquireña que custodia su alma de los fríos del mundo, y que lleva incluso al palacio presidencial.
El rigor de su cristianismo y la pasión de su sacerdocio los aprendió de Juan Eudes. Ojalá todos llegáramos a saber quién es Jesús de veras y quién Juan Eudes y pudiéramos imitarlos como lo ha hecho Rafael García Herreros, sacerdote eudista, en sus 80 años de vida.
Por: Carlos Triana