A veces me paseo por las calles limpias del Minuto de Dios y miro los jardines florecidos y miro el colegio, lleno de muchachos, y me asomo a las casas donde las señoras trabajan febrilmente en pequeñas artesanías, y me pregunto si pudiéramos extender esto a muchos pueblos y a muchos campos de Colombia. Me pregunto si esta prédica apasionada que les estoy lanzando diariamente, acerca de la necesidad de trabajar para transformar a Colombia, será eficaz o será baldía.
¿Seremos capaces de comprender que nuestro acontecer cristiano está vinculado profundamente a nuestra lucha por un mundo mejor? ¿Que nuestro bautismo nos sumergió en el torrente de las aguas del mundo para darles un rumbo nuevo? ¿Que nos ungieron con aceite para luchar en la transformación universal? ¿Que nos echaron sal en la boca para aprender que todas las cosas debían tener buen sabor para nosotros?
¿Que nos pusieron una luz en nuestras pequeñas manos para indicar que nuestra vida debía iluminar el mundo? ¿Que nos revistieron de un vestido blanco para indicar que todo lo debíamos ver sin malicia y con perfecta transparencia? ¿Que recibimos la eucaristía, que es símbolo eficaz y real de la materia divinizada, porque es el pan hecho Dios, y el pan es trigo y el trigo es tierra blanda, y la tierra es materia?
¿Seremos capaces de comprender que ser cristiano es entregarnos a transformar el mundo, de acuerdo con el plan de Dios? ¿Que debemos acabar totalmente con la pobreza, con la carencia de lo necesario? ¿Que las chozas sórdidas son pus que le sale al rostro de la patria y de la cristiandad? ¿Que el descuido en nuestra casa, el descuido en los hijos, el desamor a la esposa son ataques formales al equilibrio universal cristiano?
¿Nos damos cuenta de que nosotros debemos salir de nuestro castillo interior, debemos tumbar las viejas paredes ahumadas de nuestro individualismo, y contemplar el inmenso paraje asoleado y bello del mundo por transformar? ¿Que no nos debe bastar nuestra casa, que debemos sentirnos un poco asfixiados dentro de los muros de nuestra residencia, dentro de nuestros salones y nuestros jardines, cuando hay toda una extensión ilímite por transformar y cuando éste es el mandato de Dios?
Todo el mandamiento de Dios consiste en amar. Amarlo a Él, amar su nombre, amar a los padres, amar a la mujer, amar a los hombres, amar el trabajo. Todos los mandamientos se reducen al amor. ¿Nosotros estamos cumpliendo todas las exigencias del amor verdadero y cristiano? Cuando digo cristiano, me refiero también a los judíos, porque ellos tienen un alma históricamente cristiana, naturalmente arraigada en la ley del amor.
En los teatros Cataluña, El Lago, Calipso, se está pasando este slogan: “Usted puede y debe hacer algo más por Colombia”. Dentro de poco, será en todos los teatros donde se pasarán transparencias entusiasmadoras por la patria.
Tú que me oyes tranquilamente esta noche en Bogotá o en Bucaramanga, en Cúcuta o en Medellín o en Barraquilla, ¿te sientes inquieto por lo que no has hecho y has debido hacer? ¿Compartes tú mi agonía? ¿Compartes mi desesperación? ¿O eres capaz de estar tranquilo cuando hay una voz inmensa y universal que te pide la entrega y que no tolera una falsa quietud?
«Pueblito blanco». Rafael García Herreros,
Colección Obras Completas No. 32, Corp. Centro Carismático Minuto de Dios, Bogotá, 2015.